Entre Mali y Burkina: la tierra sagrada del Pais Dogon

Visitamos el País Dogon, al sur de Mali, una descomunal falla de 150 km de extensión y que alcanza en algunas zonas la nada desdeñable altura de 300 metros. Situada entre dos sabanas a medio camino entre Mali y Burkina Faso, y conocida como falla Bandiagara, este refugio natural ha conseguido preservar las costumbres de un pueblo milenario que se enfrenta al turismo con ánimo amable e integrador.

Banani en Pais DogonEl País Dogon es una tierra desértica y arenosa de aldeas de adobe y tierra sobre los que cuelgan, como vigías intemporales, los antiguos poblados de un viejo y ya extinto pueblo africano: los Tellem. Adheridos a la pared de roca y siempre vigilantes, estas construcciones fantásticas generan una sensación de asombro y desconcierto al viajero, testigo de la convivencia de dos ciudades paralelas: los poblados Dogon, donde los vivos se entregan a sus quehaceres y ritos, y la ciudad elevada, cuya soberanía pertenece a las almas de los muertos. Cuentan los Dogon que, en época de lluvias, el precipicio de la falla de llena de magníficas cascadas que hoy, lejos aún de la bendita lluvia, han dejado su sitio al habitual ocre arenoso que invade todo el paisaje del País Dogon: un país de piedra y arena.

Porque, a pesar de que llevan por la zona más de seis siglos, los Dogon aparecieron en Mali huyendo de la sangrienta expansión del islam, en su intento (parcialmente exitoso) de preservar sus costumbres y creencias animistas. Se asentaron en las tierras de una etnia o pueblo ya desaparecido y del que poco o casi nada se sabe: los Telle, cuyos espectaculares recintos cuelgan aún encaramados a la roca por encima de los poblados Dogon, a la manera de la ciudad encantada de Cuenca, pero sin las perturbaciones paisajísticas de la modernidad. Al parecer, los Telle eran un pueblo de escasa estatura, razón por la cual los Dogon se refieren a los antiguos habitantes de la zona como “pigmeos”, aunque el espacio vital de estos se encuentre muy alejado de Mali y Burkina, en las selvas tropicales de Uganda y el antiguo Zaire, hoy República Democrática del Congo. Los Dogon, en un acto de respeto más usual de lo que la mente occidental sospecha en su generalización sobre el continente africano, no ocuparon las antiguas viviendas de los Telle, reservándolas, tan cerca del cielo, para dar sepultura a su muertos, a los que alzan mediante un sistema de poleas a base de cuerdas de corteza de baobabs.

DogónSu voluntario aislamiento geográfico ha permitido que los Dogon conserven sus peculiaridades culturales. Las semanas Dogon duran 5 días, lo que provoca más de un despiste a los visitantes que se deciden a viajar a Mali o Burkina Faso y se acercan a la falla Bandiagara por una de sus tres rutas de acceso: Sanga, en el norte, o Djiguibombo y Telli en la ruta del sur. En sus poblados, de intrincada o laberíntica distribución, el adobe es el material reinante, aunque también observamos aquí y allí construcciones de piedra, con sus inevitables tejados de paja. Algunas puertas de los edificios colectivos (los “graneros”, divididos por géneros) conservan aún sus decoración en forma de tallas de madera con forma humana, supervivientes de la avidez antropológica de los museos de nuestra parte del mundo. Y el baobab, siempre el baobab como signo perpetuo de esta tierra a un tiempo árida y vital, señalando los lindes de este o aquel poblado, todos ellos con su inevitable y hermosa mezquita de estilo sudanés, también presente en el País Dogon, donde el animismo convive con las enseñanzas de Mahoma.

Adentrarse en un poblado Dogon no exige demasiados trámites, pero sí del permiso del jefe y de una pequeña aportación a sus exangües arcas comunitarias. También es preciso tener en cuenta un sencillo pero trascendental recordatorio: la tierra Dogon es tierra sagrada, y las deidades reciben sus sacrificios y ofrendas de las manos de sus habitantes, en un extraño sincretismo que nos recuerda lejanamente la mezcla de ritos de las poblaciones caribeñas.

Antes de abandonar esta zona del mundo, probaremos la cerveza de mijo, líquido manjar servido siempre en medias calabazas y que se bebe compartiéndola entre todos los presentes. No basta con beber una vez del pesado recipiente, pues los Dogon son, si la ocasión es propicia, grandes bebedores, y rechazar el mijo, su omnipresente alimento básico, es casi un sacrilegio. La conclusión: no parece posible abandonar este asombroso lugar sin trastabillar un poco por los efectos de la cerveza.

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