Aprovechamos una breve visita a Camboya para hablaros de la leyenda de la ciudad perdida de Angkor y contaros nuestro pequeño recorrido por uno de los complejos arqueológicos más fascinantes del mundo. Leyendas e historia se entremezclan en el relato de la antigua capital imperial de los jemeres, el lugar que todo el mundo visita al viajar a Camboya.
Entre la historia y la leyenda
Aunque pueda parecer una fantasía, hubo un tiempo de ciudades perdidas y reinos ignotos, un tiempo en el que la imaginación occidental se trasladaba a lugares lejanos por medio de la narración legendaria de vagos recuerdos arqueológicos, con la mención elusiva de nombres casi desconocidos que aparecían de vez en cuando en un libro o un poema, nombres como Angkor o Siam, que hoy situamos con exactitud cartográfica, pero que entonces, no hace tanto, apenas nombraban un sueño, un mito, una leyenda: la ciudad perdida, guardiana de secretos y tesoros. La misteriosa historia de la ciudad perdida de Angkor cautivó a nuestros antepasados del s. XIX, que conocieron de ella en pleno auge orientalista del arte europeo, sobre todo a través del relato del francés Henri Mouhoy y de los dibujos de su compatriota, un joven marino y dibujante llamado Louis Delaporte. Los franceses se atribuyen así el descubrimiento de Angkor, y quizá merecidamente, pero pocos saben que fueron dos españoles quienes consignaron en tinta por primera vez las maravillas que ocultaba la selva camboyana.
Por supuesto, es necesario empezar diciendo que Angkor no fue nunca una ciudad perdida u olvidada, y que no fue descubierta porque sólo estaba oculta a las miradas de los extraños. Las categorías que usamos son puramente occidentales pues, de hecho, los camboyanos no dejaron de visitarla o habitarla, aunque fuese de manera intermitente; e incluso se menciona ya en algunos escritos del s. XVII, mucho antes de la llegada de Mohouy a Camboya.
Fue precisamente un español, un franciscano llamado Marcelo de Rybademegra para más señas, quien puso por escrito la primera mención que tenemos de la ciudad de Angkor, registrando las palabras de algunos misioneros portugueses y españoles que, llevados por su impulso evangelizador, alcanzaron la lejana capital del reino de Camboya, Longvek, atravesaron el río Mekong y se adentraron en la jungla. Hablaban de una «una gran ciudad», con «muros curiosamente labrados» y enormes construcciones en ruinas en medio de la salvaje naturaleza de aquella zona inhóspita. Rybademegra atribuyó su construcción a los judíos que finalmente se asentaron en China procedentes de Asia Central. Un poco más tarde, en 1604, otro español, Gabriel Quiroga de San Antonio, escribiría la Breve y verdadera relación de los sucesos de la Cambodja, obra dedicada a Felipe III y donde se cita por vez primera el nombre de Angkor, al describir «un templo de cinco torres llamado Angor». Imaginativamente, atribuyó su construcción a Alejandro Magno o a los romanos.
En realidad, Angkor había sido un poderoso centro político y religiosos, la capital de los antiguos reyes khmer (o jemer) y que, todavía hoy, alberga el recinto religioso más grande del mundo, el templo de Angkor Wat, cuya superficie es cuatro veces mayor que la de El Vaticano. Fundada en el siglo IX, la ciudad fue abandonada a principios del siglo XV, y aún hoy se especula sobre las causas. Hay dos teorías principales: las continuas invasiones del vecino reino siamés y la sucesiva combinación de sequías y lluvias monzónicas, que podría haber causado el colapso de sus sofisticadas redes hidráulicas. Sea como fuere, lo cierto es que la selva ocultó poco a poco la magnífica ciudad, en la que se dice que llegaron a vivir alrededor de un millón de personas.
Muy poco después de que Rybademegra y Quiroga mencionasen Angkor, desde la masacre e huida de los españoles en 1599, la ciudad desapareció de nuevo de los registros durante más de tres siglos, evaporándose del imaginario occidental y convirtiéndose en una leyenda para iniciados. Su nombre y resonancias siguieron apareciendo aquí y allá en unos pocos textos y libros de significado oculto, y llegó a inspirar unos versos al propio Luís de Góngora en su Panegírico al duque de Lerma.
No fue hasta bien entrado el siglo XIX cuando se recibieron noticias de la existencia de Angkor, de la mano de un naturalista francés de nombre Henri Mouhot, quien en 1958 había viajado a Siam (actual Tailandia) después de leer El reino y las gentes de Siam, de John Bowring. A comienzos de 1860 dejó atrás el lago Tonle Sap y avanzó por la selva hasta toparse con una ciudad asombrosa. Su asombro ante lo contemplado se refleja en su diario, donde describió así el templo de Angkor Wat: «Uno de estos templos, rival del templo de Salomón y erigido por algún antiguo Miguel Ángel, podría ocupar un puesto de honor junto al más bello de nuestros edificios. Es más grandioso que los que nos dejaron Grecia o Roma».
Nuestra visita al complejo de Angkor
Hace unos meses, aprovechamos una larga estancia en Tailandia para acercarnos a la vecina Camboya y visitar de nuevo la antigua ciudad de Angkor. No hacía tanto de nuestra última visita a Camboya, pero por hache o por be no habíamos podido acercarnos de nuevo a Siem Reap, la principal base de operaciones para explorar la zona de los templos, y disfrutar de nuevo de la mágica e imponente presencia de la centenaria ciudad. Nuestra visita duraría apenas tres días, período escaso si uno quiere recorrer el inmenso complejo, pero suficiente para perdernos por los caminos selváticos del complejo, huyendo todo lo posible de esa plaga a la que, nos guste o no, todos acabamos por pertenecer alguna vez: los grupos de turistas.
Lo primero que hemos de decir es que el complejo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1992, es el principal atractivo de Camboya, como demuestran las oleadas de visitantes que abarrotan los principales templos. A pesar de nuestra alergia a las aglomeraciones, hemos de decir que esto no impide en absoluto disfrutar de la ciudad, literalmente repleta de templos y hectáreas de terreno donde es difícil que ningún turista se acerque. Por otra parte, la magnificencia de las construcciones es tal que es imposible que nada ni nadie arruine la extraordinaria experiencia que es la visión de Angkor, uno de los lugares más hermosos que hemos tenido la oportunidad de visitar.
Aunque parezca increíble, en Siem Reap no es posible alquilar motocicletas si eres extranjero. La razón está en las presiones del gremio de conductores de rickshaws o tuks-tuks, controlados según nos cuentan por la mafia local. El gremio consiguió que se aprobase una ley que impide a los extranjeros alquilar un vehículo de motor en la ciudad. Así que nuestras opciones de transporte para explorar Angkor se limitan a la bicicleta y el rickshaw, siendo este último, con mucho, el medio de transporte preferido por los turistas. Nosotros optamos por desplazarnos en bicicleta, aun sabiendo que el trayecto iba a ser duro y que sin duda sufríamos un buen empacho de kilómetros al recorrer parte del inmenso complejo, cuya extensión tiene la friolera de 400 kilómetros cuadrados.
Hemos de advertir al lector que el precio de la entrada al complejo supera ampliamente los estándares camboyanos. La diaria cuesta 20 dólares, pero se ahorra si se adquieren entradas para días múltiples. Una visita de tres días (nuestra opción) son 40 dólares, y la semana completa, 60. Se trata de entradas personales e intransferibles que incluyen una fotografía del titular y que se adquieren en unas instalaciones, parecidas a un peaje, situadas en la carretera de acceso al complejo, y no está de más mencionar que parte del excesivo desembolso se destina a la restauración y conservación de los templos.
Puesto que no teníamos urgencias y ya conocíamos superficialmente muchas zonas de Angkor de nuestra anterior visita, optamos por hacer un recorrido un poco caótico, evitando en lo posible reproducir el itinerario de los turoperadores locales, pero incluyendo los tres imprescindibles de Angkor: los templos de Angkor Wat, Bayón y Ta Prohm.
No hay palabras para describir Angkor Wat: majestuoso, imponente, asombroso… ¿cómo captar con exactitud la magnificencia de esta maravilla arquitectónica? Sus cinco torres desafían todavía al cielo, y sus colosales muros de más de 1 km de largo están protegidos por un enorme foso de agua y decorados de exquisitos bajorrelieves, con relatos de las lejanas hazañas del pueblo y los reyes gobernantes jemeres. Dentro del templo, están las famosas Apsaras o ninfas acuáticas de la mitología hindú, labradas en la piedra y adornando el recorrido por sus distintas alturas.
El templo de Bayón está situado dentro de un recinto amurallado propio, otra fortaleza dentro de la ciudadela, y es famosos por sus originales bajorrelieves, que representan miles de caras sonrientes. Consta de tres pisos accesibles al visitante, aunque advertimos al futuro visitante que se trata, de largo, del lugar con más acumulación de turistas del complejo. El mérito, muy posmoderno, lo tiene la película Tomb Rider, protagonizada por Angelina Jolie.
El tercer imprescindible, el templo Ta Prohm, se conserva todavía sin restaurar, parcialmente engullido por la maleza selvática y configurando una escena fascinante que capta todo el misterio de las antiguas historias sobre la ciudad perdida. La naturaleza y la roca se han unido con los siglos en una única estructura. Los árboles se confunden con las columnas. Las raíces brotan de la base de las murallas. A nuestro juicio, no hay lugar en Angkor como el tempo Ta Prohm, un lugar donde aspirar aún el olor de las viejas historias de exploradores y héroes.
Visitamos otros muchos templos a lo largo de nuestros tres días (el Banteay Srei, el Kbal Spean, Ta Som y el Preah Neak Poa, por citar sólo unos pocos), pero sobre todo paseamos, vagamos por los caminos, nos perdimos por la ciudad de Angkor sin rumbo fijo, visitando los templos y lugares menos concurridos, disfrutar de los innumerables lugares casi aislados, sin apenas visitantes, buscando como siempre el sabor de los primeros viajeros, jugando a sentirnos como los insensatos aventureros que, un buen día, sin pensárselo demasiado, decidieron adentrarse en la selva para dar con una ciudad erigida por y para los dioses: la ciudad perdida de Angkor.
2 Responses to Viajar a Camboya: la ciudad perdida de Angkor
Jessi 11 junio, 2016
¡Hola!
Estuve en Siem Reap también y les puedo recomendar el Centro Wayism allá si ustedes están interesados en espiritualidad, conocer más sobre la religión en Camboya, la filosofía de Wayism etc.
También hay un corto curso gratuido todos los días sobre la espiritualidad de Camboya y muchas otras actividades como diferentes tipos de meditación, Silk Scarf Painting y seminarios sobre energías, chakras etc. Aprendí muchisimo allá. Lo que me gusta también es que sus ensenanzas son solamente de los sánscritos que ya tengan miles de anos y no algo que talvez es inventado recientemente. aqui el link: http://www.wayist.com
Los deseo una buena viaje! 🙂
ruben 13 junio, 2016
Hola, Jessi:
Muchas gracias por tu comentario, la información y el enlace. ¡Tiene una pinta estupenda!