Nada menos que 3.000 años de historia acompañan a este país todavía fuera de las grandes rutas turísticas. Repleto de secretos y ritos ancestrales, viajar a Etiopía es encontrarse con la naturaleza, con tribus de tradiciones ancestrales y, por encima de todo, con la hospitalidad de un pueblo deseoso de compartir la belleza de su país.Podríamos rellenar líneas y líneas sobre todas las maravillas del país, pues innumerables son los lugares y actividades que ofrece este país que es todavía uno de los grandes desconocidos del cuerno de África y, por extensión, de todo el continente. Conocido antiguamente por el más sonoro nombre de Abisinia, pocos saben que Etiopía fue, por ejemplo, la segunda nación del mundo en adoptar el cristianismo (después de Armenia) allá por el siglo IV, y que muchas de sus tradiciones reflejan esta relación ya milenaria, como los populosos festivales Timkat y Meskel. Enigmáticas iglesias excavadas en la roca, antiguas pinturas de apóstoles negros, vestigios del imperio salomónico, asombrosas colonias rastafaris, reliquias antiquísimas… mil y una maravillas escondidas detrás de la tierra de Haile Gebreselassie.
Hoy hablaremos aquí de uno de los misterios de Etiopía, las iglesias excavadas de Lalibella, objeto de admiración y especulaciones de todo tipo, pero que guardan aún su secreto último, inaccesible al común entendimiento de este viajero.
Lalibella y el misterio de las iglesias subterráneas
No fue hasta bien entrado el siglo veinte, en la década de los 60, que el mundo conoció de la existencia de las doce iglesias excavadas de Lalibella. Existía ya un lejano relato de su existencia, cuando el capellán de la embajada de Portugal, Francisco Albares, quedó fascinado por estas construcciones majestuosas, cinceladas nadie sabe muy bien cómo, en bloques únicos de durísima roca volcánica, sin que estén presentes ladrillos o argamasa. Sólo roca, dura y antigua roca volcánica. Temeroso de provocar incredulidad, aquel capellán portugués apenas describió lo que sin duda contempló en su viaje a Lalibella: auténticas catedrales subterráneas donde los fieles, como hoy día, acudían a diario a la celebración de la eucaristía y recitaban plegarias y salmodias en un idioma ininteligible, el mismo que se emplea hoy en día. Es el ge´es, el idioma del antiquísimo reino de Aksum, y lengua litúrgica oficial del cristianismo ortodoxo etíope. Es está, quizá, la más sorprendente de las características de las iglesias de roca: su continuidad y permanencia como centro religioso del país, su condición de auténtico santuario de un pasado muy vivo y presente. No puede el viajero viajar a Etiopía y no visitar este lugar detenido en el tiempo, doce iglesias, como los doce apóstoles, que conservan en su interior la intocable réplica de las Tablas de la Ley y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1978. De todas ellas, las más impresionantes, por tamaño y estructura, son quizá las majestuosas Biet Medhani Alem (la Casa del Salvador del Mundo), de muros rosáceos, y Biet Ghiorgis, la Casa de San Jorge, con su impresionante forma de cruz.
El nombre de Lalibella procede, cómo no, de una deliciosa leyenda. Fue el nombre de un rey de la antigua dinastía Zagwe, quien sobrevivió de niño, milagrosamente, al fiero ataque de un enjambre de abejas y que fue coronado con un nombre que conmemoraba tan célebre y mágico suceso: Lalibella, que en amárico, la lengua oficial del país, significa “las abejas reconocen su soberanía”. Aquel monarca devoto tuvo un sueño donde se vio ascendiendo a los cielos, donde los ángeles le mostraron las iglesias de Jerusalén y le encomendaron la tarea de construir en su reino una nueva Jerusalén. El secreto de su construcción, que la leyenda atribuye a los ángeles, está tallado sobre la superficie de un pilar de la iglesia excavada de Bet Maryam (la Casa de María), oculto a los ojos de los hombres bajo un paño o velo que sólo los sacerdotes del templo pueden observar.
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