Viajar a Myanmar: una visita al archipiélago Mergui, el paraíso de los `moken´

Más de 800 islas forman este archipiélago del mar de Andamán, al sur de Myanmar (o de Birmania, según prefiera emplear el lector la antigua o la nueva nomenclatura del país). Se trata de islas prácticamente inhabitadas, donde la jungla y la arena de sus playas conforman un paisaje único al que sólo se puede acceder por mar, pues no hay, dentro de las islas, carreteras de acceso ni paseos marítimos ni sombrillas ni resorts: sólo la naturaleza en estado puro, libre de cualquier construcción o edificación humana. Viajar a Myanmar tiene estas cosas: soledad, paisajes paradisíaco, y el encuentro con los misteriosos moken, un pueblo nómada que navega por el archipiélago en sus botes de madera, negándose a ser asimilados por la cultura birmana.

La experiencia de navegar por estas aguas es, desde luego, única en el mundo: no es tan habitual tener la oportunidad de acceder a lugares remotos donde el turismo todavía no ha plantado sus pies con la fuerza de otros destinos hermosos, pero sobreexplotados. Esa es aún la ventaja de los viajes a Myanmar (o al menos de muchos de sus lugares), y desde luego lo es en el archipiélago, donde nos acercamos a conocer algunas de sus islas en un viaje de una semana a bordo de un estupendo y pequeño yate de 52 pies compartido con algunos intrépidos viajeros de Chile y Alemania.

Para embarcar, hemos tenido que dirigirnos primero a la sureña ciudad de Kawthaung, que durante la ocupación británica recibió el más occidental nombre de Victoria Point. Rodeada de montañas y de difícil acceso, la ciudad nació al abrigo de la desembocadura del río Kyan, que delimita la frontera birmana con Tailandia, y es un pequeño y bullicioso enclave dedicado a la pesca y, más recientemente, a los circuitos de submarinismo y buceo.

Viajar a Myanmar_una visita al archipiélago Mergui_Kawthaung

Vista de la ciudad de Kawthaung, la entrada birmana al archipiélago Mergui.

Todavía hoy, no resulta sencillo acceder a las islas de Mergui y, una vez embarcados, la sensación al navegar por estas aguas es la del reto cumplido. Finalmente, y tras muchos trámites y desilusiones, hemos logrado acercarnos a este paraíso natural donde aún hay más de un centenar de islas sin nombre y donde otras tantas siguen aún inexploradas. Para conseguirlo, hemos tenido que enviar con mucha antelación una copia de nuestros pasaportes a The Smiling Seahorse, la compañía que organiza todos los trayectos a las islas y los distintos circuitos de submarinismo y buceo de la zona. Pero la espera ha merecido la pena: ya estamos aquí, navegando sobre aguas multicolores y disfrutando de la compañía de la profusa fauna de la zona: tiburones grises, gayarres, tiburones nodriza, tiburones ballena, mantarrayas…

Pero no hemos venido a bucear: nuestros objetivo es conocer a los misteriosos moken, grupo étnico que habita estas aguas y a los que también se conoce con el más general nombre de “gitanos del mar”. Poco sabíamos de los moken, más allá de que tienen un idioma propio, viven sus vidas por y para el mar y se dedican a la pesca y la construcción de embarcaciones tradicionales, apenas 3.000 personas distribuidas por zonas de Birmania y Tailandia. Aquí, en Myanmar, algunos de ellos son todavía nómadas del mar, y habitan sus pequeñas embarcaciones de madera, de nombre kabang, al menos hasta la llegada del monzón, cuando se trasladan a la costa, a pequeñas chozas temporales que se elevan sobre la arena mediante pilares de madera y donde permanecen durante un par de meses. Dicen que su ancestral relación con el mar, les permite evitar los arrolladores efectos de los tsunamis que se producen ocasionalmente en la zona.

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Poblado moken visto desde desde la bahía.

No fue hasta el tercer día cuando nos encontramos con los moken, muy cerca de lo que nuestro guía y patrón de barco denominó “la isla 115” (imposible saber con exactitud de cuál se trataba en realidad). Avistamos las chozas en la playa, y en seguida apareció una mujer remando de pie sobre una pequeña barquita de madera.

Viajar a Myanmar_ una visita al archipiélago Mergui

A base de gestos, y con la ayuda de nuestro guía, que chapurrea un poco el idioma moken, conseguimos que nos guie hasta la playa y nos enseñase su modo de vida, sus chozas, sus utensilios de cocina… todos los detalles cotidianos de una vida dura pero que a ellos parece llenarles por completo. Vemos a algunos niños, que se esconden debajo de las chozas en cuanto nos ven, aunque la recepción es amable y los moken parecen interesados en saber qué hacemos por aquellas latitudes.

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Niños `moken´bajo una de las chozas temporales del poblado.

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Interior de una de las chozas.

Después de pasar unas horas con los moken, nos decidimos a atravesar la isla con el objetivo de ver algunas de las playas del otro lado, que nuestro guía califica como “maravillosas”. “El trayecto no es fácil”, nos dice, «pero cuando lleguéis seguro que me lo agradecéis”. Acompañados de un miembro de los moken, comenzamos a caminar por la jungla, a través de un precario sendero que apenas distinguimos. El barco nos esperará al otro lado. Y en verdad que el paisaje merece el esfuerzo y los arañazos de la selvática maleza.

Viajar a Myanmar_una visita al archipiélago Mergui

Nuestro barco esperándonos pacientemente en el paraíso.

Viajar a Myanmar_una visita al archipiélago Mergui

«Nos quedamos maravillados por la soledad del paraje, donde sólo nosotros interrumpimos el natural curso de la vida».

Al llegar a la playa, nos encontramos literalmente con el paraíso: aguas color turquesa, arenas blancas repletas de conchas y cangrejos casi transparentes que se escurren por entre la arena. Nos quedamos maravillados por la soledad del paraje, donde sólo nosotros interrumpimos el natural curso de la vida. Nuestras huellas sobre la arena, y el barco que nos espera anclado en la bahía, son el único rastro de vida humana y sentimos que sobramos en este paraje solitario y hermosos. Ya al atardecer, cuando levamos anclas y nos dirigimos de nuevo a las más profundas aguas del mar de Andanán, nos prometemos regresar a este enclave maravilloso, todavía impresionados la dignidad de los moken y su extraña vida en el paraíso.

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