Viajar a Vietnam: la leyenda del Dragón del sur y los pueblos de las colinas

Mujeres vietnamitasViajar a Vietnam no es solo disfrutar de sus paisajes y sus gentes, de sus campos de arroz y sus templos de piedra caliza, ni siquiera del fastuoso neón de sus paradójicas urbes o la calma de sus tribus ancestrales. Como toda región milenaria, habitada desde hace más de 400.000 años según los más antiguos vestigios arqueológicos, el actual Vietnam, antaño conocido con el más breve y hermoso nombre de Au Lac, es también (cómo no serlo) tierra de leyendas. Viajar a Vietnam (decíamos) es adentrarse en un mundo de narrativas orales, de cuentos ancestrales transmitidos de generación en generación alrededor de la lumbre que preside las casas de bambú, situadas sobre la majestuosidad de las sinuosas y fértiles terrazas de arroz. 

El Hada y el Rey

Plagadas de seres mágicos y asombrosas fuerzas celestes, de dragones y uniones entre hombres y dioses, de todas las leyendas de Vietnam, es quizá aquella que relata el origen de las tribus vietnamitas la que mejor define el misterio que rodea a este pueblo amable y luchador, sonriente ante las adversidades y habitante de una tierra húmeda y boscosa donde la jungla, terreno propicio para el mito y la magia y refugio de dragones de agua, fénix y unicornios, distribuye por igual riqueza y peligros a los habitantes de esta tierra agreste y (antaño) belicosa.

Cuentan las crónicas orales que fue Lac Long Quan, hijo de un dragón y conocido como el Dragón del Sur, el origen de la asombrosa variedad étnica de Vietnam. De fuerza sobrehumana, el poderoso rey, tras vencer a las múltiples criaturas que amenazaban su reino y poderío (monstruos como Ho-tinh, el lobo de las nueve colas; o el terrible Ngu-tinh, un pez monstruoso que amenazaba las aldeas costeras), recibió como premio a sus hazañas a la mágica y hermosa Au Co, hija del rey De-Lai, un hada procedente de las frondosas montañas del norte. Fruto de aquella unión, Au Co concibió no un niño o una niña, sino una bolsa mágica que fue creciendo durante 7 días hasta revelar el secreto de su contenido: nada menos que cien huevos blancos, de los que nacerían un centenar de niños: los cien hijos del Rey Dragón y la Reina Hada.

Aún hoy, los ancianos cuentan que Rey y Hada cuidaron con amor de sus cien hijos, pero cuentan también que Lac Long, un hijo del agua atrapado por amor en los bosques del norte, extrañaba la costa y a su familia y decidió regresar a las húmedas llanuras del sur, tierra de sus antepasados. Incapaces de separarse de su descendencia, el rey y su esposa decidieron dividir su progenie. Lac Long regresaría al sur con la mitad de su descendencia, mientras que Au Co permanecería oculta en las montañas del norte, acompañada de los otros cincuenta muchachos. De aquellos cincuenta niños nacerían los Kinh o Viet, el grupo étnico mayoritario del actual Vietnam; de los otros cincuenta, provienen los llamados “pueblos de las colinas”.

Sapa, el monte Fansipan y los pueblos de las colinas

Sapa, un centro turístico privilegiado desde la antigua época colonial, es también la puerta de entrada al monte Fansipan, el llamado “techo de Indochina” con sus 3.143 metros de altura y hogar de los H`mong Negros, los Dao Rojos, los Nhang, los Xa Pho, los Tai, los Hoa, los Gai y los Moung, apenas ocho de las más de cincuenta etnias reconocidas oficialmente en el país y orgullosas descendientes (según cuentan ellos mismos) del Rey Dragón y la Reina Hada. Si el aventurero se decide a viajar a Vietnam, deberá dirigirse a Sapa y adentrarse en las montañas del norte, donde encontrará una de las mayores variedades étnicas del mundo y donde cada tribu (y cada aldea) preserva aún sus idiomas milenarios, su peculiar estilo de vida y sus costumbres y ceremonias ancestrales.

No tema el viajero acompañar a estas tribus en su caminar por los senderos de la montaña, adentrarse en la niebla que cubre sus campos o aceptar su proverbial hospitalidad. Los “duendes de las brumas”, como también se conoce a los habitantes de esta zona del país, son conocidos por la suavidad de sus formas y el encanto con el que reciben al viajero en sus humildes pero confortables hogares. Porque viajar a Vietnam (ya lo hemos dicho) es, sobre todo, convivir con la vistosidad y el colorido de sus vestimentas y ornamentos, disfrutar de sus canciones y corresponder a la curiosa etiqueta de las montañas: aceptar la calabaza repleta de aguardiente fermentado, pedir permiso para fotografiar a sus habitantes, dejarse seducir, en fin, por los descendientes de aquellos cien huevos mágicos fruto del amor de un hada y un dragón.

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